El grupo regresó a los escenarios luego de 15 años con dos presentaciones en La Plata, donde el cantante sorprendió al lucir una prenda cargada de simbiolismos.
Durante años, Los Piojos fueron algo más que una banda: un fenómeno que desbordaba los márgenes del rock, una religión laica capaz de congregar a miles de fieles. Luego del silencio, del tiempo acumulado entre pausas y proyectos paralelos, el anuncio de su regreso fue un estremecimiento colectivo, como un tambor de guerra que sacudía a las almas impacientes. El Estadio Único de La Plata, con su acústica vibrante y su capacidad para transformarse en territorio sagrado, sería testigo de un ritual esperado por años. Y en medio de la cuenta regresiva, Andrés Ciro Martínez, el líder y voz inconfundible, buscó en el arte del diseño un aliado capaz de expresar con telas y colores lo que la música haría con las notas: una vuelta que era más que un regreso.
La misión cayó, como antes, en manos de Marcelo Romano, el creador detrás de la marca Sazkat. La relación entre ambos no era nueva: Ciro y Marcelo habían cruzado caminos por primera vez en 2019, cuando un sueño se convirtió en alianza creativa. “Yo siempre había soñado con vestirlo”, reveló el diseñador que fusiona sastrería y rock, como quien cuenta una confesión irrepetible. “Llegué a él por contactos y desde el primer día que nos vimos tuvimos onda y la cosa fluyó naturalmente”. No se trata de un diseñador y un cliente, sino de una colaboración íntima, casi artesanal.
Marcelo sabía que algo grande estaba en el horizonte cuando los rumores empezaron a correr. Se decía que Los Piojos estaban listos para volver. Fue entonces que tomó el teléfono y buscó la manera de retomar la conversación con el cantante. Las dudas quedaron atrás cuando, un mes antes de la fecha marcada, recibió la confirmación: Sazkat sería nuevamente el encargado de diseñar los looks para el Estadio Único, el Quilmes Rock y el Cosquín Rock, las tres citas más grandes del calendario piojoso. Así, la emoción dio paso al trabajo.
En el atelier de Devoto, donde los diseños nacen entre café, cortes de tela y largas charlas, el intérprete llegó como quien sabe exactamente lo que busca. “Empezamos a cranear juntos lo que venía”, explicó Marcelo. La idea central era clara: un saco bordó, con una estética que combinara lo elegante y lo visceral, como un eco del espíritu de la banda. Para el resto de los trajes, Ciro y Marcelo eligieron tonos negros y azules, pero el bordó tenía un peso simbólico mayor. “Imaginate mi emoción cuando abrió el show con esa chaqueta y el 87 pintado en la espalda”, cuenta Romano, con la voz del que acaba de ver un sueño hecho realidad.
El saco, confeccionado en gabardina veneciana, es una pieza única. El número 87, referencia directa a los piojos en la Quiniela, no fue un simple estampado: fue pintado y desgastado a mano, en una intervención a cargo de Paula Balmayor y Dagga Crimson, artistas cuyo trabajo elevó la prenda a un objeto cargado de identidad.
Vestir a Ciro no es un trabajo convencional. Es, según describió Marcelo, un acto de complicidad creativa. “Andrés viene al taller, se prueba sacos ya hechos y juntos elegimos los cortes, los botones, los colores y hasta la forrería”, reveló. Pero el frontman no está solo: su hermana Lole, quien también oficia de vestuarista, y Balmayor aportan sus miradas, sus opiniones y detalles que terminan de definir cada prenda. Todo se elige con precisión, como si cada botón fuera un verso en una canción.
Un artista, después de todo, se expresa también a través de lo que viste. En el caso de Ciro, el lenguaje de los trajes es tan importante como el de su voz. Cada prenda cuenta algo, habla con los movimientos, respira con los acordes.“Desde el primer día que nos vimos tuvimos onda y la cosa fluyó naturalmente”, destacó Romano sobre la relación con Ciro
El sábado en La Plata, cuando las luces del estadio se encendieron y la multitud empezó a rugir, Marcelo vio cómo su trabajo se convertía en parte de un momento histórico. el cantante salió al escenario con la chaqueta bordó, el 87 brillando en su espalda como un talismán de regreso. El público lo recibió como quien recibe a un héroe que vuelve de la guerra, con una ovación que era parte música y parte grito.
Marcelo sintió ese instante como suyo. Todo el esfuerzo, las horas en el taller y los detalles discutidos entre risas y café estaban ahí, condensados en un saco que había dejado de ser solo una prenda: ahora era parte de la memoria colectiva. Porque vestir a una leyenda no se trata solo de cortes y costuras, sino de encontrar la manera de darle forma al símbolo, de dejar un rastro en las fotos, en los recuerdos y en las noches que perduran.
El regreso de Los Piojos fue mucho más que un recital. Fue un acto de comunión, donde las canciones se mezclaron con las lágrimas y las voces perdidas en el tiempo. Y ahí, entre los acordes de siempre y la voz deCiro, las telas de Sazkat también hablaron, contando su propia historia: la de un regreso construido entre música, memoria y la magia de quienes siempre supieron que volverían.